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Desigualdad rima con vulnerabilidad

Por actua.pe
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Los resultados del Índice de Avance contra la Desigualdad que Oxfam en Perú acaba de lanzar nos muestra un hecho preocupante: aunque en años recientes se dieron avances en el campo social de la mano del crecimiento económico y la mayor inversión pública, dichos avances en general han sido modestos e insuficientes. Así, al presente seguimos siendo un país que aún no está integrado y donde las brechas y barreras de la pobreza y la desigualdad, que nos dividen y separan, están lejos de desaparecer.

Quizás lo más preocupante es que al revisar los datos del Índice de Oxfam queda una impresión de oportunidad perdida, pues pese a los avances logrados no se aprovechó plenamente el favorable escenario económico que tuvimos hasta el 2013 para progresar en lo social. Más y mejor pudo y debió hacerse, pero no se hizo: por incapacidad, por falta de voluntad, por complacencia, etc., los pretextos abundan y sobran. Hoy, con un menor crecimiento de la economía, el panorama se ha ensombrecido y crece la incertidumbre.
Del 2014 en adelante el avance contra las desigualdades se estancó en el Perú: menor creación de empleo, menor reducción de la pobreza, menor cierre de brechas. En este escenario las desigualdades han persistido y se conjugan con la vulnerabilidad, porque para muchos es elevado el riesgo de retroceder y descender.

Durante la década pasada millones de peruanos y peruanas lograron salir de la pobreza gracias a su esfuerzo y constancia, pero no han logrado aún dejar atrás la vulnerabilidad. Su situación sigue siendo extremadamente precaria, viviendo literalmente al borde del precipicio. Perder su empleo, una enfermedad familiar o un mal negocio, sería suficiente para arrojarlos de nuevo a la pobreza.

Acorde a las Naciones Unidas, en el Perú cuatro de cada diez habitantes se encuentra en situación de vulnerabilidad económica y social: fuera de la pobreza, pero cercanos a ella (ver Gráfico). Estamos hablando de alrededor de 12 millones de personas que aunque han formalmente no son pobres, sin embargo arrastran y padecen considerables desigualdades: deficiencias nutricionales, insuficiente educación, acceso recortado a servicios, empleo precario. Es esa carga de desigualdades que arrastran lo que los hace extremadamente vulnerables.

Pero la vulnerabilidad tiene muchas dimensiones, incluyendo también la vulnerabilidad ante los impactos de la naturaleza. La desigualdad y la vulnerabilidad se combinan y alimentan una a la otra. No es casualidad que sean justamente los más pobres y excluidos quienes son los más vulnerables ante fenómenos extremos, como el Niño Costero que azotó nuestras costas durante el verano. Más de un millón de personas han sido afectadas por el Niño Costero. ¿Cuántos de ellos han perdido sus posesiones y sus medios de vida? ¿Cuántos de ellos ahora caerán en la pobreza?

La vulnerabilidad frente a la desigualdad es otro aspecto de la desigualdad que nos recuerda que somos aún un país a medio camino del desarrollo. Demasiadas brechas y barreras económicas y sociales subsisten y no será fácil ni inmediato superarlas, pero es posible. Un país sin pobreza extrema. Un país con educación de calidad. Un país con cobertura universal de salud. Un país donde la prevención y respuesta ante fenómenos como el Niño Costero sean efectiva y oportuna y alcance a todos. Ese país es posible; pero para hacerlo realidad se necesitara mucho más que buenos deseos. Se necesitaran recursos, esfuerzo y, por sobre todo, voluntad.

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