Jessenia Cutipa (27 años) recuerda que hace unos cinco años lo intentó: invirtió horas de su vida trabajando en una empresa de taxi, movilizándose de su barrio de Villa El Salvador (VES) hacia Barranco, para recibir un sueldo mínimo sin los beneficios de seguridad social o CTS. Sus padres, que conocían el duro trabajo de ser ambulantes, le pedían que siga estudiando, y a la vez, comience a generar ingresos. Sus otros dos hermanos y amigos del colegio ya generaban un ingreso para sus hogares al poco tiempo de haber terminado quinto de secundaria.
En Villa El Salvador, distrito que el INEI (2015) identifica como el más pobre de Lima Metropolitana, el mensaje parece que era el mismo para los chicos y chicas de la edad de Jessenia: “Elijan algún estudio técnico. Cuanto más corto, mejor, para poder encontrar trabajo rápidamente e ingresos”.
Por ello, también pasó por un instituto de telecomunicaciones. Solo duró cuatro meses, de los tres años que debía dedicarle. Ella quería otra cosa. Había participado desde los 13 años en una agrupación cultural, donde a través de las artes abordó temáticas como los derechos humanos, la identidad y el género. Esto le permitió tener una visión distinta de su realidad y le dio las agallas para seguir su camino en el arte, con mucho esfuerzo y superando obstáculos.
“El problema es que como joven no tienes muchas oportunidades, nadie te tiende la mesa”, afirma. De acuerdo a cifras oficiales, un tercio de la población peruana está representada por jóvenes de entre 15 y 29 años. Un grupo importante de ellos, con escasos ingresos económicos para obtener una capacitación de calidad, será dejado a su suerte por el Gobierno y la sociedad. Como consecuencia, ocho de cada diez peruanos entre 15 y 24 años laboran en un empleo informal en el país, según reveló el año pasado la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Y un escenario aún más preocupante, difundido por el Banco Mundial, es que el 10,9% de jóvenes del mismo rango de edad, no estudia ni trabaja, muchos de ellos por falta de oportunidades.
”Los jóvenes pueden terminar uniéndose a pandillas o bandas de delincuentes para robar o vender drogas, con lo cual no logran salir de la espiral de violencia. Las chicas terminan teniendo hijos a muy temprana edad y muchas de ellas cierran el capítulo de la superación personal. Entonces, no hay escapatoria de la pobreza y el círculo se reproduce.”
El sueño de Jessenia
Jessenia cumple hoy su deseo de ser gestora cultural y además, el año pasado terminó la carrera de Educación en la Universidad Pedro Ruiz Gallo. Sus amigos más cercanos nunca pensaron en ir a la universidad porque eso no solo significaba pagar mensualidades y otros costos sino dejar un trabajo que les generaba ingresos para sobrevivir. “Si quieres acceder a una beca, como Beca 18, tienes que haber estado en los primeros puestos, ¿pero qué pasa con el resto? Se queda en el camino porque no hay suficientes vacantes en las universidades públicas que puedan cubrir la demanda de miles de jóvenes que desean ingresar y que no pueden pagar una universidad privada. La educación puede ser un privilegio para muchos”, reflexiona. Razón no le falta, pues el costo mínimo de un ciclo en la Universidad del Pacífico, la más costosa del país, es de S/.8.720. Es decir, más de diez veces el sueldo mínimo, según cálculos del grupo Educación al Futuro.
Sin estudios técnicos o universitarios, ni ingresos mínimos en cualquier puesto de trabajo, Jessenia sabe el destino que tendrán los chicos de su edad. Los jóvenes pueden terminar uniéndose a pandillas o bandas de delincuentes para robar o vender drogas, con lo cual no logran salir de la espiral de violencia. Las chicas terminan teniendo hijos a muy temprana edad y muchas de ellas cierran el capítulo de la superación personal. Entonces, no hay escapatoria de la pobreza y el círculo se reproduce.
Pazos: un espacio para la cultura en Villa El Salvador
Junto con un grupo de amigos, hace unos años y con la ayuda de un grupo de amigos, Jessenia formó la organización cultural “Pazos- Arte para la Educación” que brinda talleres gratuitos de teatro, acrobacia, danza, música y otras actividades artísticas para niños, adolescentes y jóvenes en un local comunal que antes se encontraba abandonado pero que con el apoyo de los vecinos y dirigentes, hoy es el lugar que acoge a su organización en el distrito.
El sábado que la encontramos en su taller con un grupo de niños, reflexionaba que el fin de semana podía estar en cualquier otra parte: en la playa o en casa descansando. Sin embargo, esta es una forma de devolver a la vida las oportunidades que se ha prodigado ella misma. Sabe el efecto que puede tener el arte en los chicos para poder soñar, reconocerse y no dejarse aplastar por la realidad. Aunque muchas veces no hay nada romántico. Recuerda el caso de Luis, un amigo que participa de su grupo cultural. Sus ingresos económicos los obtiene cargando bultos de madrugada en el centro comercial Unicachi, para luego estudiar por las tardes. “Quiere transcender, quiere estudiar, pero sus necesidades a veces ganan. Espero que la sociedad y los obstáculos no terminen alejándolo de sus sueños”, comenta.
Su actividad filantrópica, de alguna manera, la combina con diversas actividades que sí le generan ingresos en colegios, municipalidades, ONG y el Estado. Señala que trabajo nunca le ha faltado. Por lo pronto, sigue soñando y luchando desde el arte para conseguir que la “villa” que la vio nacer, tenga espacios de formación comunitaria donde niños y jóvenes puedan soñar y luchar con ella. Quiere hacer una maestría en educación el próximo año fuera del país y lograr que su organización no solo tenga incidencia en VES. No dudamos que eso se vuelva realidad.