Que la economía peruana creció sustancialmente en años recientes es indiscutible. Asimismo, es indiscutible que el auge económico fue acompañado de mejoras en el campo social: reducción de la pobreza monetaria, mayor cobertura del sistema de salud, caída de las tasa de desnutrición en la niñez; todos avances innegables que deben consolidarse y profundizarse. No se vale retroceder, sino que hay que seguir avanzando.
Así, se ha señalado que avanzamos incontenible hacia el primer mundo, que dejamos atrás nuestro pasado de país pobre, que hemos consolidado la prosperidad y esta vez si la hacemos. De hecho, se plantea como meta de que el Perú al 2021 sea miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), entidad que agrupa a las economías más desarrolladas del mundo. La entrada de nuestro país a este exclusivo círculo sería el espaldarazo final y evidencia de que el Perú finalmente despegó.
Pero más allá del optimismo y triunfalismo, la realidad es que para ingresar a la OCDE el Perú tendrá que hacer la tarea: elevar y mejorar dramáticamente estándares y regulaciones en áreas críticas como la justicia tributaria, la lucha contra la corrupción, la progresividad laboral y la gobernanza ambiental, entre otras. Justamente la OCDE en su evaluación al Perú ha señalado que persisten grandes desigualdades, las que deberán ser superadas si queremos un crecimiento duradero.
“Mientras no se alcance un acuerdo entre las fuerzas políticas y sociedad para avanzar en estas ineludibles reformas encarando a la desigualdad, seguiremos siendo un país a medio hacer, avanzando y estancado a la vez, con divisiones y barreras que nos dividen y nos seguirán dividiendo.”
Y ese es el gran problema. Más allá de los avances logrados, persisten y prosperan demasiadas brechas de la desigualdad. Hoy, con un escenario económico menos favorable, tenemos el desafío de asumir reformas cruciales para no quedarnos a mitad de camino. En el más reciente Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas el puntaje alcanzado por el Perú cae en 23.4% al ajustarse por la desigualdad.
Pero esas reformas no serán fáciles. Pisarán muchos callos y chocarán con demasiados intereses. Se requiere un compromiso fuerte desde el gobierno y la clase política para emprenderlas. Pero hasta el presente, la evidencia muestra que lo que falta en el Perú es voluntad política para dar la pelea. Más bien, al contrario, las presiones y cabildeos del poder económico y político han bloqueado reformas de fondo y debilitado la gobernanza ambiental y la equidad tributaria. Lejos de avanzar, nos arriesgamos a retroceder.
Mientras no se alcance un acuerdo entre las fuerzas políticas y sociedad para avanzar en estas ineludibles reformas encarando a la desigualdad, seguiremos siendo un país a medio hacer, avanzando y estancado a la vez, con divisiones y barreras que nos dividen y nos seguirán dividiendo. Mientras sigamos por esa ruta equivocada e ignoremos la desigualdad, la ilusión de ser reconocidos algún día como un país desarrollado, miembro de la OCDE, no será más que eso: pura ilusión.